lunes, enero 21, 2013

Quincuagesimocuarto Cómputo

Melancolía es una palaba compuesta. Nace en el corazón y termina en los ojos. Tiene efectos maliciosos en las rodillas y el estómago. Se cuela en verano e invierno, en la altura y el mar, el desierto nortino y la Patagonia. Melancolía es también un deseo. Un placer culpable. Casi sexual, aunque no tanto. Casi nada, en realidad.


Planto mi pie al suelo como el mástil de acero que no se moverá de su sitial.
Como el roble, podrá caer la vida en sus raíces y no se moverá.
Me quedaré en esta tierra porque le pertenezco.
Le pertenezco al árbol, a la garza, a los chiquillos jugando fútbol y los viejos corriendo en bicicleta.
Soy del bar, del cerro, de la plaza, del matadero.
Vi morir al cerdo para comerlo.
El sonido de la muerte es el mismo de la vida. Sólo que es irremediable.

Quien camina por este lugar puede escucharlo en el viento
si no ocupa su atención completa en las faldas de las señoritas.
Es Eolo, dama, no yo, el que pone en entrevero mi concentración, es él el cortesano.

Me quedo aquí porque es mi deseo.
Y por eso me voy.
Para añorarlo.
Para volver cada vez como un hijo pródigo bíblico que vuelve a su padre
para ser agasajado con vestimentas, banquetes y sacrificios.

Abrázame, padre.
Abrázame, tierra. Río.
Vuelvo y volveré constantemente.
Planto firme mi pie en esta tierra.
El polvo de este suelo es mi corazón y orgullo.

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