martes, febrero 08, 2011

Trigesimonoveno Cómputo

El escenario está caliente. Se siente el calor que viene de las personas al otro lado de la cortina. El instrumento está frío. El metal es como un hielo cuando toca los labios. Las luces sólo pueden lograr que el sudor se haga evidente. La cortina se abre con un ritmo de agonía. El escenario es el limbo entre la muerte y la vida.


"Cuerdas y metal"

En el bar ves mis labios besar a una prostituta triste.
Ves mi cuerpo echarse para atrás esperando recibir en el pecho
la humanidad de una mujer madura.
Escuchas el unísono de cómo suben y bajan la cremallera de su vestido y mi pantalón.
No es masturbación, pero tiene un olor similar.
Olor de motel de pueblo del sur.

En el bar escuchas la música, sientes cada rasguño hecho a las cuerdas de la guitarra.
Y aunque no puedes verlo,
sientes cómo cada vez que una uña saca una nota endiablada
otro diablo usa su uña para rasgar la piel de un ángel con senos y lápiz labial.
Y en el sonido que recibes se mezclan las notas y los gemidos celestes.

En el bar ves el cuerpo de una morena sudar
con cada soplido del trompetista a su instrumento.
Ves sus ojos blancos delatando la sexualidad del viento.
Ves al trompetista sudar cada centímetro de piel canela en cuerpo de mujer.
Se mezclan las hormonas, las notas, las feromonas.
Y cuando la música empieza a derretirte el cerebro,
sabes que esa mujer está en un trance orgásmico del que no puede salir.
Y caes en una indesmentible masturbación mental.

En el bar escuchas las cuerdas y metales gemir al ritmo de un prostíbulo.
Y hay confusión.
La piel de una mujer se asemeja a una botella que, borracho y sediento, quieres besar y tocar.
La música se mezcla con tus pensamientos.
Tratas de hablar, de moverte, de eyacular.
Y la música sólo continúa para aumentar tu deseo sexual.