jueves, abril 10, 2008

Decimocuarto Cómputo

A veces la revolución también nace de una copa de vino...


Protéstales el pie, venganza atroz de la existencia humana,
lánzales el cuerpo,
tu actitud de dios patriota no los intimida,
pequeño joven combatiente.
Déjame tus revoluciones a precio de moco,
yo las sembraré con fuerza de espada, con el fulgor y veneno de mi lengua, no piedra,
de fuerza paciente y sincera.
Tú dices revolución, yo digo masacre, dolor, resignación, muerte.
Tú dices igualdad, demuéstrame qué sabes tú de ella;
dime si crees conocerla.
Dime si dormiste alguna vez en su cama como durmieron tantos antes.
Dime si en verdad existió o murió como la existencia o la vida.
Tú dices libertad. Tú comes, vomitas y cagas libertad.
Mi libertad se llama cogollo,
se llama poema, se llama Macondo,
se llama cuerpo de mujer, palabra al desnudo.
No vengas a decirme a mí lo que necesito
que yo para morir, renacer y encarnar sólo necesito la palabra enmohecida del mundo,
la fuerza indómita de la lengua.
Hablas de la octava enmienda
de la revolución frentista de las provincias comunales
del norte de un lejano país
situado en la nada.
¿Y qué hicieron con la poesía, dónde la dejaron,
la mataron acaso, la sepultaron, fue exiliada del hombre.?
Joven combatiente, yo soy revolucionario a mi modo;
tú mueres por una utopía que no conoces
y que el mundo te negará por delincuencia propia;
a ti te llaman joven delincuente,
a mí simplemente me dicen poeta;
tú mueres de libertad,
deja que muera yo de poesía.