sábado, mayo 21, 2011

Cuadragesimoquinto Cómputo

La historia se escribe con un chico de casi 24 años y una chica de edad indefinida. El tiempo es el mismo que se demora el pensamiento en transformarse en la palabra 'hola'.


No me dejes así, pequeña mariposa, no escapes. No te conviertas en aire que no pueda respirar. El mundo es pequeño como el ojo izquierdo del caracol que se arrastra junto a tu silla. Te encontraré. Donde sea que vayas, te encontraré. Nadie usa esos guantes rojos con la elegancia tuya. Puedes cambiar tus ojos, tu peinado, tus labios. Pero nunca cambiarás tus manos. Esas pequeñas manos. Se mueven por el aire en actitud de desaire, contradicción total. Son culpables de mi silencio cuando tocan el timbre del micro. Te culpo, pequeña mariposa. Te juzgo. Escapas y me separa una calle de ti. Me separa la muerte bajo un automóvil en exceso de velocidad porque el conductor estaba ebrio. O tal vez sólo tenía sueño. Es el momento del día en que la única diferencia entre ambos es el hálito: café podrido o alcohol podrido. Entras en la tienda y no sabes qué comprar. Sólo escapas. Sólo muerdes la uña de tu dedo anular izquierdo. ¿Dónde dejaste el guante rojo? Me desesperas, mujer, me aniquilas. Ayer yo era la felicidad completa escuchando música y pensando en cosas inútiles como desempleo y paz mundial. Hoy todo parecen corazones rosados y nubes con cara de ángeles. Lo que supongo son caras de ángeles, blancas, esponjosas, absolutas, altaneras, fácilmente desplazadas por el viento. Piérdete. No vuelvas. Conviértete en aire. Tal vez te respiro. Quizás alimentas mi sangre. O terminas escapando de mi cuerpo en forma de palabra como un simple 'chao'.

miércoles, mayo 11, 2011

Cuadragesimocuarto Cómputo

"Sacher-Masoch"

El ambiente suda. El aire es pesado, se carga sobre tus hombros como una viga de acero o un tronco de árbol del sur. Su vestido rojo enciende la noche. Provoca alucinaciones. Provoca desvarío. Incita a la perversión. Es cosa de agarrar con tu mano su muslo, apretarlo hasta que tu mano parezca un tatuaje mal hecho. Es cosa de besarla, morder su labio y beber la hidromiel que hace su saliva mezclada con sangre. Abrir tu mano y palmearla en el trasero. Dos veces. Dos más. Más fuerte. Que grite, que duela, que gima, que disfrute. Ella sabe lo que quiere; agarra cualquier cosa que tenga a la mano y parezca una macana. Y la pone en tu mano, como diciéndote "hazlo, es lo que quiero". La atas a una mesa, a una silla. La golpeas suavemente, como queriendo relajar sus músculos, como suavizando la carne antes de echarla al fuego. Entonces el desenfreno le gana a la razón, el instinto de muerte le arrebata la prioridad a cualquier sentido moral. Sólo la sangre puede calmar tu sed, sólo su cuerpo amoratado tiene sentido, sólo su llanto se asemeja al placer. Pero cuando tocas su piel lo sientes, ella lo disfruta. Cuando hundes tus dedos en su vagina puedes oler la humedad que delata el orgasmo. Y en un instante de sobriedad la ves maltrecha. Te preocupas, parece débil atrapada en tus manos.

- Ya basta.
- No te atrevas, no pares.
- Pero mírate, estás sangrando.
- No te preocupes, así es como me gusta.