La historia se escribe con un chico de casi 24 años y una chica de edad indefinida. El tiempo es el mismo que se demora el pensamiento en transformarse en la palabra 'hola'.
No me dejes así, pequeña mariposa, no escapes. No te conviertas en aire que no pueda respirar. El mundo es pequeño como el ojo izquierdo del caracol que se arrastra junto a tu silla. Te encontraré. Donde sea que vayas, te encontraré. Nadie usa esos guantes rojos con la elegancia tuya. Puedes cambiar tus ojos, tu peinado, tus labios. Pero nunca cambiarás tus manos. Esas pequeñas manos. Se mueven por el aire en actitud de desaire, contradicción total. Son culpables de mi silencio cuando tocan el timbre del micro. Te culpo, pequeña mariposa. Te juzgo. Escapas y me separa una calle de ti. Me separa la muerte bajo un automóvil en exceso de velocidad porque el conductor estaba ebrio. O tal vez sólo tenía sueño. Es el momento del día en que la única diferencia entre ambos es el hálito: café podrido o alcohol podrido. Entras en la tienda y no sabes qué comprar. Sólo escapas. Sólo muerdes la uña de tu dedo anular izquierdo. ¿Dónde dejaste el guante rojo? Me desesperas, mujer, me aniquilas. Ayer yo era la felicidad completa escuchando música y pensando en cosas inútiles como desempleo y paz mundial. Hoy todo parecen corazones rosados y nubes con cara de ángeles. Lo que supongo son caras de ángeles, blancas, esponjosas, absolutas, altaneras, fácilmente desplazadas por el viento. Piérdete. No vuelvas. Conviértete en aire. Tal vez te respiro. Quizás alimentas mi sangre. O terminas escapando de mi cuerpo en forma de palabra como un simple 'chao'.