domingo, diciembre 14, 2008

Decimonoveno Cómputo

No quisiera yo hablar de cosas sin sentido, o tal vez morderme la lengua, sin explicar sinceramente qué es lo que hago en este mundo. Por eso digo, con la más humilde indiferencia, que yo estoy aquí para sembrar en tus ojos, en tu pelo, en tu boca, toda mi piel, toda mi agonía, y transformarla en miel, manjares, belleza. Pero no lo haré... no ha llegado el día que te lo merezcas.


A cuenta de un poema no haré hablar perdigueros,
no, no lo haré.
A cuenta de un poema no será la luna más blanca,
tu voz más suave, la vida
más placentera,
o tendrán los hijos del hombre un lugar
donde habitar la palabra.
A cuenta de un poema no serás más bella,
más lejana o cercana, o quiera
Buda o no,
la hija del demonio infeliz que bajó del cielo
para destruir la tierra.
Pero quisiera yo lograr una sola cosa infinita,
un espejo de agua, un cuento,
nocturno,
taciturno, envalentonado de sexo y malas palabras,
y lanzarlo al aire, a quien le caiga;
no es necesario mirar al cielo para que se derrita en mi cara.
Pero quisiera yo contarte una cosa,
pequeña,
sutil,
sarracena, y es que el infierno no existe,
no,
no creas en ello,
cada vez que me mires o veas
mi cuerpo quemándose
en el tercer círculo del averno no
sientas pena, no llores, no reces
(cosa fatal);
porque permíteme decirte, amor,
amiga,
el infierno no era infierno, no,
se hizo infierno
cuando entraste a mi vida.