lunes, mayo 26, 2008

Decimosexto Cómputo

Dos viejos poemas siempre parecen jóvenes cuando son leídos por primera vez, y si quizás nadie los lee, podríamos llamarlos simplemente versos nonatos. Nunca paridos por el ojo, nunca muertos por el viento.


"La irreflexible caída de las hojas"

Reflexiones en el sentido a cinco segundos por metro.
Un llanto.
Tres energúmenos gritando rancheras a las seis de la mañana.
Las botellas vacías bajo la cama.
Caras que nadie ve.
Ruidos que nadie oye.
Sensaciones que caen de tu pelo como sensaciones cayendo de tu pelo.
Hora y media hasta la puerta de tu casa.
Dos álamos, quince boldos y cuatro palmeras en un viaje.
Palabras aún no dichas
ni por la boca del pez ni por la mía.
Silencios.
Fríos del antártico en primavera.
Diez versos recitados con una voz rasposa
Y la irreflexible caída de las hojas.


"Paráfrasis a una canción escuchada un viernes por la tarde"

Te hablaría de todas y cada una de las palabras
y los versos que he abandonado en tu boca,
pero estaría mintiendo,
y me duele la verdad, me duele lo real
y ese sentimiento vagabundo que provocas en mí
y en cada una de mis pestañas
y es que trato de decírtelo
sin palabras, y es que me duele la palabra,
sin miradas, sin los tres abrazos furtivos que nos dimos aquella vez bajo la lluvia,
¿te acuerdas?, mientras me besabas y yo sin poder emitir sonido
por estar atrapado entre tu boca
y sí, fue esa noche, esas gotas se robaron mi lengua,
lo sabes, mis palabras de ahora no te hablan,
son sólo adornos en mi boca para que en verdad me creas que te amo,
mi amor te lo dicen mis miradas,
aguanta la respiración, sostén mis ojos y bésalos,
bésame la palabra,
y si muero sabré que me amas.

miércoles, mayo 07, 2008

Decimoquinto Cómputo

Para Javiera...


Si vas a llorar no quiero verte,

preferiría verte el cuerpo roto,
preferiría el mundo antes del mundo si no te viese sonreír.
Hazme ese favor, mátame el sueño,
aniquílame la vida con una sola sonrisa. Que sea todo negro.
Que cuando tú vivas yo muera.
Así, de cruel placer,

si yo muero en paz
dale tres vueltas a la vida,
déjame empaparte en silencios, en oscuros
pensamientos de felicidad eterna,
para que nunca mueras,
para que te hagas eterna en mí.
Para seguir abrazándonos. Quizás por siempre.
Tal vez nunca.
Y si despiertas, por favor te lo pido,
no toques mis labios, que me acosa el silencio,
no abras mis ojos,
acarícialos,
muérdelos,
simplemente llénalos de indiferencia;
que yo de ojos cerrados pondré la más sutil de las sonrisas
en tus labios.
Para que seas mía. Para que sea tuyo.
Este pequeño cuento. Esta caricia.
Y el corazón moribundo, la palabra perdida, la copa cayendo,
y quizás, soledad mediante,
la eternidad fundiéndose en un último beso.