jueves, julio 12, 2007

Décimo Cómputo

Sentir que el hogar se acerca a cada paso que te alejas de él es signo cierto de tu propia necesidad de sentir que no es imprescindible estar en tu tierra para mantenerte con vida. Sólo unos pocos saben que esto es una mentira descarada; ahí estarán siempre los amigos, estará siempre tu casa, estará siempre la casa de tus abuelos, estará ese parque donde siempre jugabas cuando no tenías más de dos años, estará ese edificio horrible que evitabas siempre al irte a tu casa, estará todo, todo lo que siempre ha estado y siempre estará. Nunca creí en tan sencillas palabras pero ahora las atesoro como si fueran mías. No hay lugar como el hogar.


En Maseru encontré la casa de mis abuelos,
aquella que nunca habitaron, aquella que nunca
compraron, aquella que nunca vieron, pero que les pertenecía
por designio divino.
Créeme que lo sé. En Bloemfontein encontré unas no-flores
que no-olían a no-primavera,
sino que al vómito tentativo de la indiferencia.
No vi tus pechos ni tus ojos en Copenhague.
Nunca vi las turbas enardecidas de Oslo. No pisé el pasto seco de Alejandría.
Pero en Porto Alegre bailé los veinte discos de piedra
que hallé enterrados en la playa.
Pero en Helsinki habité en un trineo, fueron los botes de basura mi merienda
y mi baño fue el patio de un poeta desnutrido al que le robé el silencio.
Morí en el segundo mismo que pisé Shangai
con los pies descalzos.
Me acosté cinco noches en el hotel más barato de Marrakech.
En Santiago de Cuba encontré los restos de diecisiete hígados muertos
por inanición crónica.
En Estambul le dije que la amaba. Desde Granada le mandé tres cartas
para informar mi propia desaparición y muerte.
Nunca volví al Maule porque el Maule se fue muriendo lentamente.
Le quitaron la magia, me decían, le quitaron la vida, le quitaron el vino.
Nunca pude morir en mi tierra. Ni tomar una última copa.
Sólo la veía en su descanso eterno desde el balcón de una casa en Génova

mientras veía pasar golondrinas que quizá algún verano también conocieron mi tierra.
Y de fondo la triste musiquilla esa lamiéndome el alma. La triste musiquilla esa.