miércoles, marzo 02, 2011

Cuadragésimo Cómputo

Este es un intento de volver a vivir, de volver a soñar. De arrancarme ambos corazones y sopesarlos. Y al fin darme cuenta de que uno vale la pena y el otro no me llevará a ningún lado.


Mientras cabalgo de noche, atorado entre la montaña y el río, soy Walt Whitman.
Cubierto de mares, nubes y atavíos portentosos,
beso la boca de un hombre de barba que no sabe deletrear mi nombre.
Soy el capitán de mi barco, invoco todos mis deseos sexuales,
los reprimo a través de la tinta y los hago palabra para ser oída y recitada.

Voy a los bares a beber cerveza y cantar frente a un coro de indiferentes y papanatas,
escupo en la calle, pateo las mesas,
y dejo caer de mi mano el vaso que no llegará a mi boca.
Escribo en mi pecho un verso regalado por los mendigos
que mendigan mi dinero, trato de ser caritativo.

Cambio mi piel constantemente para no ser reconocido,
uso gafas oscuras, largas gabardinas y pelucas canosas
que me den un aire de superioridad senil.
Pero no soy céfiro, yo grito y resquebrajo el tímpano del energúmeno aquel
que se atreve a llamarme hombre y no amigo.

Caigo, y la gravedad me socorre como una enfermera
besando mi frente y mis heridas.
Entonces la calma se vuelve tormenta
y mi barco naufraga en una isla desierta del Pacífico sur;
llevándose con los restos de nao lo que me resta de conciencia.

Luego de la tormenta y el rayo el despertar es absoluto.
Una bella mujer (que ronca) a mi lado me recuerda que mi nombre
no es Walt Whitman.