sábado, septiembre 04, 2010

Trigesimoprimer Cómputo

Así es el cuento. Tú te sientas allá, sonríes, pasas tu mano por tu cabeza, enredando tus dedos en tu pelo, mirándome como si fuera una tentadora oferta en una multitienda. Yo me apoyo en la pared, sonrío, te dedico una de esas sonrisas de labio torcido que te gustan no sé por qué, mirándote como el suave y jugoso pedazo de carne que eres y te gusta ser. No hay desenlace, sólo tu cama, sexo, una broma, dormir y mañana nos toca nuevamente salir a la calle y jugar a que entre nosotros existe el amor.


Sentado en mi pequeño sillón de juguete.
Cabizbajo.
Nada se apiada de mí.
Soy un asesino, maté a dios en mi cocina.
Lo negué.
Fui enjuiciado.
Me declararon libre de pensamiento, palabra,
obra y omisión.
Escupí su nombre y ellos me aplaudieron.
Saludé su muerte y me entregaron una condecoración.
Oriné en su tumba y crearon una canción en mi honor.

Entonces entendí que era inocente, y lo grité.
Y fui odiado,
maldecido, mi nombre se convirtió en sinónimo de vergüenza.
Me ataron, me arrastraron, me torturaron.
Me enseñaron la palabra amor y de ella no pude escapar.
Y entonces fue ella, no era su ropa, no era su sonrisa,
no era su pelo ni su caminar ni su ojos.
Era el movimiento de sus pechos al saltar,
era la suavidad de su entrepierna cuando se abría frente a mí.
Era ese grito frenético cuando el sexo dejaba de ser sexo
y se convertía en violencia.
En rasguños en mi espalda.
En floreros rotos.
En alfombras manchadas.
En gritos al atardecer.

Ella se bebió mi sangre y la escupió en mi cara.
Ella manchó mi pequeño sillón de juguete.
Me tildó de asesino. Que maté su deseo sexual,
que maté su confianza en el amor.
Pero ella sólo era una prostituta más. Me entregó su cuerpo
y yo hice con él mil obscenidades.
Por eso la amo, por puta, por no tener sentimientos.
Es cosa de sinceridad.
Cosa de sentido común.
Yo no soy su príncipe azul.
Ella es sólo una vagina y un par de tetas para mí.