lunes, noviembre 29, 2010

Trigesimocuarto Cómputo

Para creer necesitas voluntad. No la encontrarás en una estrella perdida en los desiertos del Sinaí. No la encontrarás en el pálido mármol del Helesponto. No la encontrarás en la fotónica alegría solar. No la encontrarás en papiros, sutras o máximas. La encontrarás cuando dejes de pensar libremente, y aceptes mi palabra divina.


Pido silencio.
Pido que acates sin chistar, que te muerdas la lengua, que te enredes los sesos.
Pido que dejes de razonar cuando me mires a los ojos.
Pido pleitesía.
Pido que no tomes mi nombre en vano. Si no como arma de producción.
Pido autoflagelación constante.
Pido celibato, pero no para mis apóstoles y sacerdotes.
Pido respeto y obediencia, pero no por parte de mis devotos.
Pido vida, pido amor.
Pido perdón a violadores y asesinos cuando son de los míos.
Pido, sobre todo, que mis valores sean una obligación para quien no tiene derecho a elegir.
Pido que mi nombre esté escrito en todo aquello que hagas.
Si quieres pedirme algo, hazlo, no dudes.
Si eres elegido, serás bienaventurado. Si no es así, sé feliz, porque es mi voluntad.
Pido silencio. La justicia me pertenece.
Pido comprensión.
No soy conservador, pero aborrezco tu comunismo.
No soy homofóbico, pero castigaré tu homosexualidad.
No soy clasista, sexista o racista; pero permito discriminar a voluntad.
Por último pido perdón.
Es tarea difícil entender mi perfección infinita.
Yo soy tu creador,
pero si no aceptas mi palabra, no tendré miedo de quitarte la vida.

jueves, noviembre 25, 2010

Trigesimotercer Cómputo

“El Bajo” es como comúnmente se conoce al prostíbulo más tradicional de Curicó. Es una casa vieja, patronal, que cada ciertos años irrumpe nuevamente en la ciudad con una pintura nueva. Es como el maquillaje; con los años pasa a ser algo más que un elemento decorativo, pasa a ser parte de su propia esencia, de su propia identidad. Recuerdo haber caminado alguna vez fuera de su puerta, o pasar por la calle en automóvil. Recuerdo haber visto a las personas observando la casa vieja como tratando de ignorarla, tal vez queriendo que el olvido la hiciese desaparecer, y con ella la vergüenza. Recuerdo las historias contadas, y recuerdo como mi imaginación logró hacer cautivante al lugar. Lugar, imaginaba yo, de mujeres comunes y corrientes, pero poderosas, de ropas brillantes y de ojos con tanta experiencia como la de sus entrepiernas. Recuerdo haber pensado en ese lugar como un escondite donde los hombres lloran sus penas en la falda de una mujer que es a la vez madre y amante. Recuerdo haber imaginado las fiestas, las canciones (boleros cebolleros eran), las luces y los hombres ebrios juntando monedas para comprar el cariño, los besos y las caricias. Puedo creer que soy un hijo de ese lugar, porque ahí está mi pueblo, ahí estuvieron tíos, abuelos y amigos simplemente cantando y bebiendo con la conversación de una mujer de labios ensangrentados de sensualidad. No sé si el lugar sigue ahí, o si la tierra derrumbó el edificio. Sólo quería contar esta historia, por el simple miedo de llegar a perderla.