domingo, noviembre 22, 2009

Vigesimoctavo Cómputo

El acariciar su pelo no es indicio de nada. No significa un atractivo físico o inmoral. No implica fantasías sexuales ni moteles en las afueras de la ciudad. No concluye en descorchar una botella y vaciarla en su vientre y en mi boca como si éstos fueran uno solo. Pero si la duda vuelve a formar parte indeleble de mi mirada, créeme; la mentira se extenderá más allá de mis dedos y labios.


El cielo será del color que yo elija. Acuoso e inmoral.
Tendrá que ser escrito por la oscuridad.
Para bailar en él.
Para que sea tocado por el viento
y acariciado por las copas de vino que nacen de mi mano.

Tu pelo tendrá la textura que yo elija. Político y sensual.
Estrictamente pensado y actuado
para formar parte de una nueva constelación
a la cual pondré tu nombre.
Y que será mía y será tuya. Y de nadie más.

El silencio tendrá el tono que yo elija. Amarillo e hipocondriaco.
Y ella tendrá el nombre de su silueta.
Y su sombra serán mi voz y mis ojos.
Y yo cantaré al universo a través de sus labios.
Y me perderé en ellos.
Y me perderé en ellos.

La poesía será del sabor que yo elija. Palpitante e incierta.
Yo soy el poeta.
Yo no escribo poesía.
Yo pervierto la palabra a mi antojo para que sea miel en tu oído;
para que sea orgasmo en tu pecho.
Yo la hago sensual, erótica;
que en tu mente se haga deseo.
Que en tu mente se haga placer y deseo.

El cielo será del color que yo elija.