miércoles, mayo 11, 2011

Cuadragesimocuarto Cómputo

"Sacher-Masoch"

El ambiente suda. El aire es pesado, se carga sobre tus hombros como una viga de acero o un tronco de árbol del sur. Su vestido rojo enciende la noche. Provoca alucinaciones. Provoca desvarío. Incita a la perversión. Es cosa de agarrar con tu mano su muslo, apretarlo hasta que tu mano parezca un tatuaje mal hecho. Es cosa de besarla, morder su labio y beber la hidromiel que hace su saliva mezclada con sangre. Abrir tu mano y palmearla en el trasero. Dos veces. Dos más. Más fuerte. Que grite, que duela, que gima, que disfrute. Ella sabe lo que quiere; agarra cualquier cosa que tenga a la mano y parezca una macana. Y la pone en tu mano, como diciéndote "hazlo, es lo que quiero". La atas a una mesa, a una silla. La golpeas suavemente, como queriendo relajar sus músculos, como suavizando la carne antes de echarla al fuego. Entonces el desenfreno le gana a la razón, el instinto de muerte le arrebata la prioridad a cualquier sentido moral. Sólo la sangre puede calmar tu sed, sólo su cuerpo amoratado tiene sentido, sólo su llanto se asemeja al placer. Pero cuando tocas su piel lo sientes, ella lo disfruta. Cuando hundes tus dedos en su vagina puedes oler la humedad que delata el orgasmo. Y en un instante de sobriedad la ves maltrecha. Te preocupas, parece débil atrapada en tus manos.

- Ya basta.
- No te atrevas, no pares.
- Pero mírate, estás sangrando.
- No te preocupes, así es como me gusta.

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