A Heriberto Miguel Tapia Martínez
Te quiero mucho, Pelado.
Te lo decía siempre y tú, siempre sonriente,
me decías Yo también.
Te lo decía siempre y tú, siempre sonriente,
me decías Yo también.
Y luego nos abrazábamos, risas, y una cerveza,
piscola o jote.
O una paila de huevos.
O un ceviche hecho por ti.
Un asadito y reírse de las cosas que pasaron
y las que podrían pasar.
De mi viejo, tus hermanos,
la familia, los amigos
y las mujeres.
Porque toda tu historia parecía una improvisación planificada.
Toda la alegría de tu sencillez ocultaba las penas y sufrimiento pasado.
Porque la experiencia parecía ser en tu vida
un juego iluminado por tu sonrisa
y la contradicción.
Como dicen siempre ante el episodio de la muerte,
no tengo recuerdo malo de ti.
Porque hasta en la ira y la pena había que seguir sonriendo y vivir.
Gracias, Pelado.
Gracias por las risas y sonrisas.
Gracias por encontrar siempre la forma de estar junto a mí.
Te quiero mucho.
Te extraño tanto.
Gracias por ser por sobre todas las cosas y hasta el último día
mi Tío Miguel.
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