lunes, febrero 02, 2009

Vigésimo Cómputo

Trátala con cariño, bésala tiernamente, dile cosas al oído que sean para ella más que simples palabras, hazla desearte hasta el más bajo de los instintos, y entonces tómala y dile que la amas, y cuando ella te corresponda tan sólo abre los ojos... y despierta.


Ella no será tuya.
Puedes mirarla, fijar tus ojos en ella de todas las formas posibles,
seguirla, acompañarla hasta en los momentos más difíciles,
tocarla, sentarte a su lado,
abrazarla, apretar su pecho contra el tuyo,
dejar que llore en tu hombro, besarla en la frente,
besar su pelo,
besarla en la mejilla,
en el cuello,
pero todo cuanto hagas no será suficiente.

Podrás verla contonearse mientras
de forma descarada te insinúa su escote,
para que estés absorto en ella, para su propia complacencia.
Podrás tomarla de la mano,
y caminar juntos para que todos observen que estás con ella,
pero ella es Pedro,
te negará tres veces antes que cante el gallo,
y créeme,
el gallo canta muchas veces los días de verano.

Podrás atrapar sus labios,
corregir su piel dándole la forma que desees
con el simple pulso de tus dedos.
Podrás tenerla entre tus brazos, hablarle al oído,
hacerle el amor
como si la palabra orgasmo estuviera escrita
en cada poro de su cuerpo. Tener su piel como arcilla maleable
para cada deseo tuyo;
pero eso no será suficiente,
ella no será tuya.

El amor, lo sabes, lo intuyes, como la vida, es así de definitivo.

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