sábado, diciembre 02, 2006

Quinto Cómputo

Hoy no son necesarias las presentaciones, hoy es simplemente la historia de un hombre cualquiera que puedes ser tú, yo, o el hijo de la luna...


Se llamaba César, un bicho raro, un hombre sin pies ni cabeza
de aquellos que duermen en las calles y se bañan en cantinas.
Era un hombre César, o la mitad de un hombre
que vaga por las noches apagando las luces con sus miradas
y bailando y pateando las tinieblas.
Era César, tenía miedo del silencio
cuando los gatos y los truenos se disputan las noches y las vidas de los muertos.
Se llamaba César de jueves a domingo,
porque tres días a la semana vivía en sus propios excrementos,
desgastando cejas, uñas, flatulencias y tormentos.
Era un hombre César, hombre de palabras necias
y sonidos guturales y la garganta henchida por el sopor del vino añejo.
Era César, gritando revoluciones a las seis de la mañana,
mientras recogía su cuerpo por las calles,
desmembrado a rabiar por los hijos hambrientos del silencio.
Se llamaba César, poeta,
elegía viviente abierta a la paciencia
de saber que el único mundo que conoce lo detesta
y le parte el alma, y le exprime la salud a cada vida que pasa.
Se llamaba César, hombre ya, adulto, de cien años y pico,
cuarenta y seis muertes, un abrigo podrido, y una seca inmortalidad que nunca muere.

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